Dioses en el destierro

J.J. Van der Leeuw

Capítulo 5    Parte 29

LA VUELTA DEL DESTIERRO

Al reconocernos como egos podemos mirar los tres cuerpos y resolver que sólo sean nuestros tres servidores en los tres mundos de ilusión. Ya no descenderemos a ellos, ya no volveremos a enmarañarnos en aquellos mundos de ilusión; ya no volveremos a identificarnos con los tres cuerpos ni permitiremos que la conciencia elemental se apodere de la conciencia del ego y la domine. Hemos de permanecer en la cumbre de la montaña, viendo ante nosotros la ilimitada perspectiva de la vida, y desde la cumbre debemos pensar, sentir y obrar. Es posible y debemos hacerlo.

Desde la cima de la montaña pensad en vuestros tres cuerpos. Ved vuestro cuerpo mental limpio de las ordinarias y frívolas imágenes mentales, y desde vuestro interior cread en él una potente forma de pensamiento en beneficio del mundo. Mantened constantemente esta imagen con parte de vuestra voluntad sin consentir que se desvanezca, porque es la forma de pensamiento que de allí en adelante ha de gobernar vuestra vida diaria.
Mantened de esta suerte el cuerpo mental, y ordenadle que en lo sucesivo rechace toda tentación del exterior, y que ninguna forma de pensamiento, ninguna imagen mental podrá forjar sin vuestro consentimiento.

Mirad después vuestro cuerpo astral y decidíos a mantenerlo tal como lo habéis visto vivificado desde el interior por las emociones del Yo. Inundad lo de amor a todos los seres, de devoción, de simpatía, de aspiración espiritual. Ved irradiar estos sentimientos del centro del cuerpo astral, que palpite con esta nueva pulsación de vida, y determinaos a no consentir jamás que lo dominen externas influencias. Después mirad el cuerpo físico con su contraparte etérea, y resolveos a que en lo sucesivo también sean instrumentos de la voluntad. Ved cómo la voluntad se manifiesta por medio del cuerpo. Ved cómo la divina energía del Yo influye en el cuerpo físico, e imaginaos que este cuerpo se regenera por intususcepción. Cuando lo reconozcamos como vehículo de Atma se renovará, será vigoroso y sano, libre de enfermedades y de cuantas tribulaciones lo conturban cuando es meramente parte del mundo físico. Redimidlo de esta esclavitud. Ha de estar en el mundo físico, pero sin pertenecer a este mundo. Su más estrecho lazo ha de ligarlo con el Yo y no con el mundo. Vuestros tres cuerpos han de estar sujetos al Yo y de ellos han de irradiar los poderes del Yo. Haced de vuestros cuerpos mental, astral y físico apropiados canales de la trina energía del Yo, pero sin enredaros jamás en ellos, sino manteneos constantemente en la cumbre de la montaña y contemplad desde allí los mundos inferiores.

De este modo será vuestra vida completamente feliz y venceréis toda dificultad, porque ¿cómo puede haber discordancia cuando reconozcáis la divinidad de vuestro ser? Desde
entonces en adelante, cuando os vuelva a sobrevenir algo que os conturbó cuando estabais identificados con vuestros cuerpos, os reconoceréis como egos y no habrá conflicto alguno, pues ya habréis forjado el único pensamiento de perfección que domina vuestro cuerpo mental, y nada podrá turbaros, porque de leyes que no puedan prevalecer al mismo tiempo dos imágenes o pensamientos en el cuerpo mental. Mientras mantenemos esta imagen mental de perfección podemos ocuparnos en nuestra ordinaria labor, pero dicha imagen mental o forma de pensamiento dominará constantemente y ninguna otra podrá hacer presa en el cuerpo mental y darle forma contraria a nuestra voluntad.

Así tened en cuenta que de ahora en adelante habéis, de vivir desde vuestro interior Sin permitir jamás que vuestros cuerpos se apoderen de vuestra conciencia y oscurezcan vuestro conocimiento del Yo. Determinad que vosotros, el alma, el ego, restituí do a su divina Patria, ha de seguir permaneciendo allí.
No volváis a incurrir en el error de descender a un nivel a que no pertenecéis, " No temáis llamaros divinos. No hay engreimiento en ello, ni tampoco orgullo, porque el orgullo es separatividad, y una vez nos reconocemos como egos, nos sentimos disueltos en el Mar de Conciencia, nos sentimos identificados con una Conciencia tan vasta, tan omniabarcante, que el pensamiento de separatividad resulta ridículo. Estamos libres de esta ilusión porque sabemos que cuanto hagamos está hecho por nuestra mediación, y que cuando sentimos, pensamos y obramos, sirven nuestros cuerpos de canales por donde la vida divina se derrama sobre el mundo.

Además, en este estado de conciencia nos reconocemos identificados con el Maestro.
Participamos de la beatitud de Su presencia y en Su presencia son fáciles todas, las cosas.
En Su presencia no puede haber otro deseo que el de unirse más estrechamente a El. En
Su presencia es imposible hacer las ruines, mezquinas y feas cosas que hicimos en el pasado. En Su presencia sólo podemos tratar de ser grandes como El es, grandes en nuestras emociones y pensamientos, y divinos como divino es El.

Así el camino del ego es el camino de la iniciación, que significa volverse a unir con su pátrica conciencia, de la que se había olvidado la porción de ella que estuvo encarnada e identificada con los cuerpos. Es la iniciación el comienzo de una nueva vida, la vida consciente del ego, aunque actúe por medio de los tres cuerpos. De diferentes maneras se han expuesto las cualidades requeridas para la iniciación; pero cuando hayamos adquirido permanentemente la conciencia del ego, necesariamente habremos adquirido también las cualidades requeridas. La conciencia egoente entraña discernimiento, porque cuando la conciencia encarnada se desprende de los cuerpos que la dominaban, ya no siguen los cuerpos sus propios deseos sino que obedecen a la voluntad del ego. La conciencia egoente equivale a Buena Conducta puesto que nuestra conducta ya no es la de la conciencia esclavizada por los cuerpos, sino la conducta del Ego que necesariamente ha de ser de Buena Conducta. La conciencia egoente significa amor en su más amplio concepto, porque el mundo del ego es el mundo de la unidad, y no podemos tener la conciencia egoente sin sentirnos en unidad con todo cuanto existe.

Además de conducirnos la presencia del ego a la iniciación entraña en sí su propia recompensa, pues quien la logra, disfruta de perpetuo gozo, poder y paz. En esto consiste el comienzo de la nueva vida.

Todos podemos llegar a este reconocimiento. Todos podemos clamar por lo que somos.
No es algo extraño, algo externo a nosotros lo que hemos de lograr. Únicamente hemos de entrar en el mundo a que pertenecemos, clamar por lo que verdaderamente somos.

Así pues, regocijémonos en nuestra divinidad, reclamemos nuestra divina herencia y decidámonos a volver al país nativo, de donde fuimos desterrados por millones de años a estos mundos de tinieblas y sufrimiento. Y que la bendición de los Maestros a Quienes servimos recaiga en nosotros, y que Su amor nos proteja y escude hasta que estemos en donde ellos están, hasta que también alcancemos el estado del Hombre Perfecto.

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