Dioses en el destierro

J.J. Van Der Leeuw

Capítulo 4      Parte 28

EMPLEO DE LOS TRES PODERES

Tales son los tres poderes del ego, o mejor diríamos su trino poder, porque los tres aspectos se compendian en uno y constituyen una verdadera trinidad. Una vez reconocidos los tres poderes y experimentado su empleo en la magna obra de perfeccionamiento, veamos ahora de usarlos simultáneamente, tal como deben usarse, en trina unidad. Hemos de emplear la voluntad en el único propósito de lograr la perfección en beneficio del mundo; hemos de emplear el amor para identificarnos con nuestro propósito; y hemos de emplear el pensamiento para crearlo y realizarlo. Unicamente cuando se emplean simultáneamente los tres poderes se consigue el resultado, y entonces todo lo podemos conseguir porque el poder del ego es divino y por tanto ilimitado.

Pero esto no lo hemos de hacer tan sólo a ratos perdidos, sino que ha de ser una continua actividad habitual, sea cual sea nuestra profana ocupación. El secreto del éxito espiritual está en que una vez nos hemos reconocido como egos y conscientes de nuestros poderes como tales, ya no hemos de volver a las rutinas de la ordinaria conciencia corporal, sino que debemos mantener el superior nivel ya alcanzado, aunque al principio nos parezca que para ello hemos de hacer un esfuerzo sobrehumano.

El diagrama de nuestra vida espiritual muestra demasiado a menudo una serie continua de ascensos y descensos. Alcanzamos una altura espiritual tan sólo para descender inmediatamente al antiguo nivel; pero si queremos vencer no hemos de consentir semejante descenso. Cuando por meditación o cualquier otro medio nos sobrevenga el raro momento de exaltación espiritual, debemos persistir en este estado con suma tenacidad, manteniéndonos en el nivel alcanzado y prescindiendo de todo lo demás. En los primeros días tal vez sea necesario un desesperado esfuerzo, pero no tardaremos en acostumbrarnos y podremos efectuar nuestra ordinaria labor desde el nuevamente logrado nivel, que al fin y al cabo no es más que nuestra verdadera Patria, no un país extraño en el que tratamos de entrar, sino nuestra divina Patria de la que temporáneamente nos olvidamos.

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