Dioses en el destierro – J.J. Van der Leeuw

Capítulo 3 – Parte 20

LA BELLEZA DEL EGO

En el mundo del ego no hay formas y colores tales como en la tierra los conocemos, pero hay lo que podemos expresar en términos de color y forma. Así cabe hablar del aspecto del ego, aunque no se muestre como se muestran los objetos en el mundo fenoménico. Por lo tanto, no será equívoco decir que el ego se nos muestra en glorificada forma humana, y que en esta forma nos vemos entonces como realmente somos. La forma humana en que allí nos vemos es al propio tiempo representativa de nuestro verdadero tipo o genio, de nuestra misión en la magna obra. Así un ego a quien conozco, apareció como un radiante joven, como un Apolo griego esculpido en reluciente mármol y sin embargo inmaterial, con la inspiración por básica característica. Otro ego tenía parecido aspecto al del Demetrio del Museo Británico, una dignificada, serena y pacífica figura, que por decirlo así planeaba sobre el mundo, al cual contribuía a nutrir y proteger. Así cada ego tiene su peculiar aspecto, radiante y hermoso, que expresa su misión o genio.

Cuando restituida la conciencia al mundo del ego nos reconocemos como tales egos, debemos procurar ver el aspecto que en nuestro propio mundo tenemos, y en adelante pensar en nosotros mismos únicamente en dicho aspecto. Una vez visto este aspecto, ya no hemos de volver a pensar en nosotros como la imagen que vemos cuando al espejo nos miramos.
Desde que reconocemos que somos el divino Yo interno, no debemos ni por un momento ceder a la vieja ilusión de que somos el cuerpo físico y tenemos un divino Yo en un plano superior. Desde entonces queda invertida la posición, y al hablar de nosotros, hablamos del radiante Ser que verdaderamente somos y no de los cuerpos por cuyo medio se manifiesta temporáneamente parte de nuestra conciencia.

Leave a Comment

Your email address will not be published. Required fields are marked *

Scroll to Top
Scroll to Top