DIOSES EN EL DESTIERRO – J.J. VAN DER LEEUW – Parte 7

NECESARIO CAMBIO DE ACTITUD

Capítulo 1

Parte 7

Así pues, nuestra conciencia de ser una dualidad, constituida por un Yo superior interno y un yo inferior externo está basada en la ignorancia. No somos dos entidades sino una sola. Somos el Yo divino y ningún otro. Su mundo es nuestro mundo y su vida es nuestra vida. Lo que sucede es que cuando infundimos nuestra divina conciencia en los cuerpos por cuyo medio hemos de adquirir ciertas experiencias nos identificamos con estos cuerpos y olvidamos lo que realmente somos. Entonces, la aprisionada conciencia, esclava de los tres cuerpos, sigue los deseos de estos cuerpos, y la llamamos el yo inferior o personalidad. La voz interna, nuestra verdadera voz es el llamamiento del Yo superior, y se entabla la penosa lucha entre el ego y la personalidad, equivalente a una verdadera crucifixión. Sin embargo, la mayor parte de este sufrimiento proviene de la ignorancia y cesa cuando comprendemos nuestra verdadera naturaleza, lo cual denota un completo cambio de actitud.

Desde luego es erróneo el concepto de la dualidad de nuestra naturaleza. Siempre consideramos el alma, el espíritu, el Yo superior, el ego o como quiera que designemos nuestra naturaleza superior, cual si estuviera en lo alto, mientras que el yo inferior o personalidad permanece en lo bajo. Entonces nos esforzamos en llegar a lo alto como un intento de conseguir algo esencialmente extraño a nosotros y por tanto de difícil logro. Así solemos hablar de los "tremendos esfuerzos" requeridos para alcanzar el Yo superior; y otras veces hablamos de la inspiración o conocimiento, de la energía espiritual o del amor como si del Yo superior lo recibiéramos. En ambos casos cometemos el fundamental error de identificarnos con lo que no somos y en esta actitud nos planteamos el problema.

La primera condición del logro espiritual es la certidumbre sin sombra de duda de que somos el espíritu o Yo superior. La segunda condición, tan esencial e importante como la primera, es la confianza en nuestras propias fuerzas como egos, y el valor de libremente emplearlas. En vez de considerar la conciencia vigílica como el estado normalmente natural, y mirar al ego como si fuera un altísimo ser que se ha de alcanzar mediante continuos y formidables esfuerzos, hemos de considerar anormal nuestro ordinario estado de conciencia, y la vida del espíritu como nuestra verdadera vida de la que nos han apartado nuestros continuos esfuerzos.

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