DIOSES EN EL DESTIERRO – J.J. VAN DER LEEUW – PARTE 17

EL MUNDO DEL EGO

Capítulo 3

Cuando la conciencia se libera de los tres cuerpos en que estaba aprisionada, se reintegra naturalmente al ego en quien de veras reside.

Así es que hemos de reintegrar la conciencia al ego; más aún, tratar de reconocer sin sombra de duda que somos el ego, un alma divina que estaba desterrada. Hemos de transferir la conciencia al mundo a que pertenece, y entrar en el mundo que es verdaderamente nuestro mundo, pues en este mismo momento nos reconoceremos como el divino Yo interno, en unidad con lo divino en todas las cosas.
De entonces en adelante, ya no podremos dudar de si somos el Yo superior o el yo inferior, ni habrá la agotadora lucha entre los dos opuestos polos de nuestra naturaleza, pues ya no son dos, porque la presa y desterrada conciencia quedó restituida a la patria conciencia de que se desvió, y de nuevo es uno el hombre, es el divino Yo interno que se vale conscientemente de los tres cuerpos como de sus instrumentos, pero sin estar ya ligado a ellos.

No hemos de reintegrar la conciencia al ego tan sólo en pensamiento. No hemos de reconocer por mera intelectualidad sino de positiva y real manera que somos el ego y que vivimos en nuestro propio mundo.
Si habéis logrado desprender la conciencia de los cuerpos, no habrá dificultad en transferirla al ego, porque realmente es la conciencia del ego, y el mundo del ego es vuestra verdadera patria.

Cuando así volvemos al mundo del cual durante tanto tiempo habíamos estado desterrados, nuestra primera impresión es un predominante sentimiento de júbilo y libertad. Como quien estuvo largos años preso en una mazmorra y al salir libre lo ofusca la luz del día, así nosotros, al entrar en nuestro propio mundo tras largo destierro en la cárcel de la materia, quedamos sobrecogidos por la luz que nos rodea, al vernos libres de las limitaciones que nos restringían. En el mundo del ego todo es luz y júbilo, y allí vive el ego una vida de tan incomparable bienaventuranza y hermosura, que aunque sólo viéramos aquel mundo una sola vez, ya no volveríamos a caer víctimas del mundo de ilusión. Ahora ya sabemos quiénes somos. Nos hemos visto en nuestra divina belleza en el mundo que es nuestra morada, y ningún poder terreno será capaz de incitarnos a creer que somos los cuerpos. Se rompió el hechizo que nos fascinaba, y por vez primera disfrutamos de paz sin temores de lucha.

Admirable es cuán sencillo resulta súbitamente todo, cuando entramos en el mundo del ego, y cuán natural es entonces obrar rectamente. Nuestra vida anterior se nos mostraba llena de complicaciones y casi incomprensible en sus problemas. Una vez nos hemos atrevido a reconocer lo que verdaderamente somos, cesa toda lucha, es innecesario todo esfuerzo y la vida resulta sencilla y natural y va transcurriendo armoniosamente.

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