Cartas que me han ayudado – W.Q. Jugde

LIBRO II – Parte 1

Este pequeño libro se ofrece

Sobre el Altar

Con Devoción

A LOS INMORTALES Y

en Servicio de la Humanidad

Junio, 1905

Compilado por THOMAS GREEN y JASPER NIEMAND  

 

HASTA HOY HE SIDO UN EXILIADO DE MI VERDADERO PAIS, AHORA REGRESO ALLA. NO SOLLOCES POR MI: RETORNO A ESA TIERRA CELESTIAL DONDE CADA UNO VA CUANDO LE TOCA.         Hermes Trismegistos

 

                                                                    PREFACIO

 

Se notará una marcada diferencia entre este segundo volumen de “Cartas Que Me han Ayudado” y el anterior. El primero tenía una unidad de propósito y un desarrollo que seguían un orden dado, poniendo en relieve los puntos principales de la enseñanza oriental. Esta tangible unidad dependía del hecho de que las series de cartas fueron escritas a un individuo, por lo tanto se atenían a una línea idónea a las necesidades y a los estudios de aquella persona, las cuales iban desarrollándose como igual acontecía con todos los compañeros estudiantes que seguían una idéntica línea de pensamiento. Por el contrario, el siguiente volumen, consiste de cartas y extractos de correspondencia escritos a cierto número de personas en diferentes partes del mundo. En muchos casos, los individuos a los cuales los compiladores apelaron, enviaron sólo un extracto de manera que algo de su tesoro pudiera compartirse con el resto de la humanidad. En otras ocasiones, aun recibiendo la carta completa, no podía publicarse, ya que contenía cuestiones personales o de diferente tipo. En otros casos más, se ha publicado la epístola en su integridad. Se pensó que era mejor omitir la parte inicial y final de ellas para que no se discriminara con respecto a los destinatarios, dejando que las verdades incluidas en las cartas resaltaran en su propio relieve sin que una etiqueta o un nombre les adulterase. Muchos de los extractos se publicaron en el “Irish Theosophist” y otros en la sección titulada “Tea Table” de la revista “The Path,” donde el señor Judge escribía bajo el seudónimo de “Quickly.” Fue él quien expresó por escrito a uno de los compiladores el deseo de reeditar la serie, (agregando más material), en la forma de un segundo volumen de la obra anterior. Por lo tanto, los compiladores están efectuando los directos deseos del señor Judge. Cuando el señor Judge aún vivía, era posible reorganizar, sugerir cortar o amplificar un tema o reunir varios extractos en una carta, además, era también posible hacer anotaciones en cuanto Judge, que leía todas las copias, estaba siempre dispuesto a considerar alguna sugerencia y le gustaba ver que su anotador había captado su significado o podía corregir los errores al respecto. Es evidente que tal reorganización es muy deseable ya que añade entereza y unidad a la serie. Esperábamos poder continuar con este método en el presente volumen, pero la muerte del escritor ha hecho el intento imposible. Podemos sólo publicar algunas cartas en su integridad y reunir el material restante en forma de extractos. Un punto más. Un considerable número de cartas ha surgido y un compilador solo posee una nutrida cantidad, cuyas fechas se remontan a la publicación del primer volumen, cubriendo aquellos años durante los cuales las pruebas del señor Judge recrudecieron crecientemente, un período al cual, su prematura muerte puso fin. Nadie sabe cuán grandes eran estas pruebas, a excepción del Maestro que Judge sirvió con mucha devoción. La última carta de la serie fue escrita muy poco tiempo antes de su muerte. En ninguna carta de tal correspondencia y en ninguna vista por los compiladores, se encuentra una palabra áspera o de condena dirigida a los artífices de dichas pruebas. Él acepta la amarga y profunda injusticia perpetrada a su persona, sin expresar una palabra que contradiga la fe que tenía y las enseñanzas que divulgó. Se constata una cierta sorpresa y una o dos veces, el fastidio que le suscitaba la pérdida de tiempo, las acciones y las palabras irracionales. Pero luego, se dirige a aquella sabia compasión la cual sabe que, aquel que verdaderamente sufre, no es la persona a quien se perjudica, sino el mismo artífice del mal. El señor Judge siempre enseñó el Ocultismo más verdadero, el sendero más elevado. Al tocar de su hora de prueba, siguió paso a paso tal sendero. En el destino de los crucificados, ya sean Cristos o discípulos cristianos, se constata que aquellos que reciben más ayuda y servicios, son siempre los que expresan la negación más grande. El traidor es aquel que se sienta “a la mesa” con ellos. Además, en la larga línea de mártires, nunca hemos visto la rehabilitación ni justificación de alguno en su época. Tan sólo este hecho debería hacer ponderar a los seres pensantes, haciéndoles recordar que las masas siempre prefieren que se libere a los Barrabás. El gran drama sigue constantemente las mismas líneas. Según una ley inexorable, el iniciado, ya sea un discípulo o un adepto, no puede defenderse. Sin embargo, puede contar con el más tierno apoyo que sus predecesores pueden proporcionarle a lo largo de la empinada senda, en la completa alegría de una batalla combatida noblemente y con toda la gratitud de aquellos, entre sus compañeros, cuya intuición puede seguirlo tras el velo que oculta al iniciado de nuestra vista. Por lo tanto, a estas cartas las permea la compasión, la paciencia y la hermandad que su autor, durante su vida, trató de inculcar. Por supuesto, él sintió el dolor, pero lo arrinconó valientemente. Su grande y gentil corazón permaneció esencialmente fiel. Endulzó las horas de amargura con la profunda resignación a la Ley. Él fue uno de aquellos acerca de los cuales está escrito: “El que pierde su vida por el amor a Mí, la encontrará.” Publicamos estas cartas para ayudar a la humanidad. Las sometemos al juicio de la posteridad, sabiendo muy bien que en los espacios eternos prevalece sólo la Verdad. Aquel que aquí vemos sostener y consolar a sus compañeros durante las horas más tristes de su vida, hasta las puertas de la tumba, a su vez lo apoyaba, no sólo una gran fe y una Mano Totalmente Compasiva, sino también el Amor que albergaba en su corazón tranquilo. El dejaba todo el resto al Maestro.          Los Compiladores

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