Libro III – Parte 31
Pláticas Alrededor De La Mesa De Té
La semana pasada, la Mesa de Té presenció una extraña discusión entre Didymus y Quickly. Hasta ahora no he aludido a éste último, un hombre con un considerable poder de voluntad al cual han contribuido su desarrollo y entrenamiento psíquico. En esta ocasión, él se sentó a charlar con las damas y cuando Didymus entró, le hizo la observación: “¡Ah! viejo, acabo de llegar de tu despacho.”
“¿Quieres decir al medio día, cuando me dejaste para ir a la venta de Stewart con la señora Polly?”
“¡Oh!, pero cambié idea,” dijo ella.
“¡Por supuesto! ¿Por qué mencionarlo?” dije, recibiendo entonces aquella cosa tan rara en una mujer, una mirada tanto natural (como expresiva).
Didymus, dirigiéndose a Quickly, continuó: “Así, regresé a tu cubil y cuando entré, el reloj de la Vieja Trinidad indicaba las 3 y 20.”
“¡Bueno! He estado ahí desde las dos en punto,” dijo Quickly.
“Sin embargo no estabas; ya que, encontrándome frente de tu puerta, miré en el interior y puedo jurar que no había nadie.”
“Mi querido muchacho, me senté en mi escritorio a las tres de la tarde, percatándome de que tenía a mi disposición 45 minutos; por lo tanto, no me levanté hasta las 3 y 40, cuando vine aquí.”
“Sin embargo ¿cómo pude equivocarme? pasé delante de los empleados, en la oficina exterior, dirigiéndome directamente hacia tu despacho. Es pequeño, bastante desadornado, no hay libros ni clóset y una luz brillante lo penetra. Tu silla estaba vacía, miré por todas partes, ni un gato podría esconderse ahí.”
Quickly permaneció en silencio. Su color ligeramente cambió. Los dos hombres se observaron, entonces Quickly desvió la conversación. Como las reglas de la Mesa de Té contemplan que, una vez introducidas todas estas experiencias, se deben considerar como propiedad común entre este pequeño conjunto de sinceros buscadores, llamé la reunión al orden y pedí a Quickly que explicara.
“Bueno,” dijo él lentamente, “al medio día, Didymus se despidió, ya que se iba a la venta. A las 3 y 10 de la tarde estaba leyendo algunas cartas muy privadas que en realidad trataban elevados temas ocultos. Mientras leía, de repente pensé en Didymus y en mi cabeza destelló la extraña idea de que él quizá regresara y viera las cartas en mis manos. En el estado mental de entonces, ya que a veces soy un joven extraño bajo este punto de vista, tuve una palpitación de verdadero horror por miedo que pudiera entrar y verlas; así, mentalmente, repasé una pequeña farsa para hacerlas desaparecer.”
“No era necesario que lo hicieras, mi viejo,” dijo Didymus.
“Ya lo sé,” replicó el otro inclinando astutamente la cabeza, “pero todo el asunto pasó a través de mí como te lo narro. Las cartas trataban tópicos que penetraban en la esencia de mi vida y me pareció imposible sobrellevar el hecho de que de inmediato fueran visibles.”
Un movimiento de simpatía, como una ola, atravesó al grupo, mostrando a Quickly que todos lo comprendieron.
El continuó diciendo: “Me encontraba en línea recta a mi puerta. Distaba diez pies y la luz era muy brillante. A las 3 y 25 terminé de leerlas y no vi a nadie. Escribí una carta que finalicé a las 3:40 y pronto me vine para acá. Puedo jurar que nunca dejé mi cuarto, de las 3 a las 3:40 de la tarde.”
“Si de esto dependieran las vidas de mis seres queridos, hubiera jurado que no estabas ahí. A las 3:20 me paré delante de tu silla por varios instantes, tus empleados me vieron llegar y marcharme.”
Por supuesto, este extraño acontecimiento fue objeto de una discusión más amplia, sin embargo, los hechos permanecieron invariables. ¿Podemos explicarlos? Pienso que sí. Sabemos que los Adeptos poseen el poder de hacerse invisibles según su voluntad y que uno de los métodos consiste en mesmerizar a los espectadores, de manera que no perciban a el que no quiere que se le note. Todo lo necesario consiste en establecer una cierta vibración a través de una fuerte voluntad autoconsciente. Sin embargo, ésta, Quickly no la tiene.26 Desde luego, la lectura de esas cartas concernientes al ser superior, habían elevado sus vibraciones e intensificado su percepción psíquica al punto que, cuando el ser interno envió una señal de alarma al acercarse Didymus, a la conciencia normal de Quickly se le comunicó la idea de que pudiera ser descubierto. La voluntad de permanecer invisible era tan intensa que, sin que su mente se diera cuenta, su alma emitió o empleó la vibración necesaria, estableciendo tal disturbio akásico capaz de alterar la vista del observador. La vista depende de la transmisión de ciertas vibraciones enviadas al nervio óptico, las cuales, en este caso, carecían. A aquellos, cuyos sentidos psíquicos se están desenvolviendo paulatinamente, les acontecen muchos incidentes de este tipo y cuando, como en tal ocasión, están bien atestiguados, son útiles alusiones para los compañeros estudiantes.
De “El Path,” Mayo 1887