Libro I – Parte 13 de 15
Carta IX (continuación)
Pareciera que el Bien y el Mal no son inherentes en las cosas de por sí, sino en la manera en la cual las empleamos. Son condiciones de manifestación. Muchas cosas que ordinariamente llamamos inmorales, son las consecuencias de las injustas leyes humanas de instituciones sociales egoístas y no son inmorales de por sí, sino que sólo del punto de vista relativo. Son inmorales sólo temporalmente. Existen otras cosas cuyo mal depende del degradado uso al cual sometemos las fuerzas superiores o la Vida, que es sagrada. Aún en este caso, el mal no es inherente en ellas sino en nosotros, en nuestro uso erróneo de los nobles instrumentos en un trabajo inferior. Al mismo tiempo, el mal no es inherente en nosotros sino en nuestra ignorancia, es una de las grandes ilusiones de la Naturaleza, las cuales inducen el alma a experimentar en la materia hasta que haya aprendido conscientemente cada aspecto, entonces, debe aprender a conocer el todo de inmediato, hecho posible sólo mediante la reunión con el Espíritu, el Supremo, la Divinidad. Si, con todo el debido respeto, asumimos lo más posible el punto de vista del Supremo, que nuestras mentes o nuestra intuición naciente nos permiten, sentiremos que Esto se alberga arriba, indiferente al Bien o al Mal. Nuestro bien es relativo y el mal es sólo la limitación del alma ejercida por la materia. Todos los millares de diferenciaciones de la Naturaleza (Prakriti, substancia cósmica), todos los mundos y sus correlaciones, se desenvuelven de la esencia material de la Deidad, asistiendo a la experiencia cíclica del alma mientras pasa de un estado a otro. Por lo tanto ¿cómo podemos decir que algún estado es malo en un sentido absoluto? Consideremos el homicidio. Parece ser un mal. Es verdad, no podemos realmente matar, pero podemos destruir un vehículo del divino Principio de la Vida, impidiéndole la senda a un alma que usa aquel medio. Sin embargo, lo que nos perjudica más que todo es el acto, el cual es el fruto de un cierto estado enfermo del alma. La acción nos envía al infierno, por así decirlo, en una miserable condición durante una o más encarnaciones. El impacto, la retribución natural, nuestro Karma resultante, las penalidades impuestas por el ser humano y aquellas exigidas por la ley oculta, disciplinan y suavizan al alma. Ella ha pasado por una solemnísima experiencia que ha resultado ser necesaria para su crecimiento y que al final es la causa de su purificación ulterior. A la luz de tal resultado, la acción perpetrada ¿fue mala? Fue una consecuencia necesaria de las limitaciones de la materia, ya que si el alma hubiese permanecido celeste y en el libre Ser, no habría podido cometer un homicidio. Ni el alma inmortal, el espectador, participó en algún modo en la acción errónea, el pecado lo cometió sólo la personalidad, la parte elemental del alma. El mal es todo lo que mantiene el alma confinada a la existencia material, por lo tanto no podemos distinguir el bien del mal. El sólo bien último es la Unidad y, en realidad, es la única que existe. Por lo tanto, nuestros juicios son sólo pasajeros. Ni tenemos el derecho de exigir vida por vida. “La venganza me pertenece, dice el Señor (Ley), yo proporcionaré el pago.” Nos convertimos en cómplices del asesinato al formular estas leyes humanas. No quiero decir que cada experiencia se deba vivir en el cuerpo, en cuanto algunas las experimentamos en la mente. Ni estoy tratando de justificar algunas de ellas. La única justificación está en la Ley. En una vida futura, el Karma recompensará al inocente ser humano injustamente asesinado. En verdad, a cada individuo asesinado se le reembolsa, por así decirlo, mientras que aquella desdicha fue fruto de su Karma, la ley oculta no admite que se mate. Algunas personas son las armas del Karma en su conducta negativa, pero son ellas mismas las que en su pasado se asignaron este lugar. La Gran Alma necesitaba, precisamente, de aquel cuerpo, a pesar de los errores de su naturaleza o su medio ambiente, por lo tanto, decepcionar al alma es una terrible acción para un individuo. En realidad, es únicamente el ser humano, la naturaleza inferior influenciada por Tamas (la cualidad de las tinieblas), que siente el impulso por matar, tanto en la justicia humana como en la venganza, la protección, etc. “El alma no mata ni se puede matar.” Lo que conocemos como nosotros, es simplemente el hombre natural, los principios inferiores y la mente dirigida por la falsa conciencia. En nuestro estado ordinario, tenemos sólo breves y parciales vislumbres del alma, en la conciencia o en la intuición. Por supuesto, existen estados psíquicos y espirituales en los cuales se sabe más. Así, la naturaleza pelea contra la naturaleza siempre proponiéndose la realización de la purificación y la evolución del alma. La naturaleza existe únicamente para el propósito del alma. Si ponderamos sobre el tema según tales líneas, nos percatamos al menos de lo imprudente que seríamos en concluir que cada acción es puro mal o que en el Absoluto existen tales distinciones. Esto es lo único que existe, todo el resto es fenoménico y transitorio, tales diferencias desaparecen mientras nos elevamos. Entretanto, debemos evitar todas estas cosas inmorales y muchas otras que la gente no considera como tales, aun siéndolas igualmente, ya que sabemos hasta qué punto incrementan la ignorancia y la oscuridad por medio del fermento que causan en la naturaleza, impidiendo entonces la entrada de los claros rayos de la Verdad. Dudo que el alma sepa lo que es moral o inmoral. Consideremos por un instante el caso de un alma desencarnada. ¿Qué es el pecado para ella una vez que se ha soltado de su cascarón, el cuerpo? ¿Qué sabe entonces de las leyes humanas, moralidades o de las reglas y formas de la materia? ¿Las podrá aún ver? ¿Qué libertinaje puede cometer? Por lo tanto, digo que tales códigos morales pertenecen sólo a este plano, en el cual se deben obedecer y seguir, pero sin considerarlos absolutos o emplearlos como una balanza para pesar el alma que tiene leyes diferentes. El alma libre, trata con esencias y poderes totalmente impersonales, dejando atrás la contienda de la materia. El inmortal y desapasionado espíritu, superior a todo, dentro de todo y arriba de todo, dirige su mirada hacia abajo, consciente de que, cuando lo natural se haya reabsorbido nuevamente en su fuente espiritual, terminará toda esta lucha y juego de fuerza y voluntad, este alternarse de formas que crecen y decrecen, este progreso de la conciencia que erupta nubes y vapores ilusorios ante la vista del alma. Sin embargo, ahora, aun no pudiendo dominar estos elevados temas, podemos confiar pacientemente en el proceso evolutivo y en la Ley, sin culpar ni juzgar a ningún ser, sino que viviendo conforme a nuestras intuiciones superiores. La verdadera prueba de un individuo es su motivación que es invisible y tampoco sus acciones logran siempre representarla. J. N.