EL ESTADO ANORMAL DE SEPARATIVIDAD
Capítulo 1
Parte 8
Difícilmente se nos ocurre la idea de los persistentes y formidables esfuerzos que hemos de hacer para mantener la ilusión de nuestra separada personalidad. Durante todo el día la estamos afirmando y defendiéndola de todo ataque, de suerte que de ningún modo se desconozca, desprecie o se ofenda ni se niegue su reconocimiento. Además, en todas las cosas que para nosotros deseamos, procuramos vigorizar nuestra separada personalidad mediante la adquisición de los deseados objetos.
La ilusión de nuestro separado yo nace de identificar nuestro verdadero Yo espiritual con los cuerpos por cuyo medio se manifiesta. Es como si la conciencia del ego se dilatase hasta infundirse en los cuerpos, y allí se intrincara y retorciera de tal suerte que formara una separada esfera de conciencia centrada en torno de los cuerpos a que se adhiere. Pero este no es el estado normal sino distinta y esencialmente anormal y antinatural. Lo mismo podríamos decir que fuera normal y natural dilatar en uno de sus puntos una cinta de caucho y la superficie así formada adherirla a un objeto fijo. Esta adherencia sería anormal, pues en el momento en que separáramos el caucho del objeto, recobraría la banda su prístino estado natural. De la propia suerte, sólo necesitamos desprender nuestra conciencia de los cuerpos a que la hemos adherido.Sólo necesitamos desvanecer la ilusión de separatividad que tan tiernamente acariciamos de continuo, para que la porción de conciencia que constituye la separada personalidad se reintegre automáticamente al Yo superior, a nuestro verdadero ser.
Mucho hablamos del esfuerzo y violencia necesarios para alcanzar la conciencia espiritual; pero ¿ nos fijamos en el abrumador esfuerzo, en la formidable violencia que necesitamos emplear para mantener la ilusión de separatividad? Verdad es que ni nos damos cuenta de que la mantenemos porque ya es una segunda naturaleza afirmar nuestra personalidad a costa de cuanto nos rodea, adquirir lo que deseamos y conservar lo que tenemos, por lo que no advertimos el gigantesco esfuerzo necesario para la afirmación y engrandecimiento de nuestra personalidad. Sin embargo, el esfuerzo existe.
En consecuencia, mediante un definido esfuerzo de voluntad desechemos la potente superstición que nos mantiene esclavizados a los mundos de materia y nos impide reconocer lo que verdaderamente somos; y en cambio reconozcamos" aseguremos y mantengamos nuestra divinidad. No hay orgullo ni separatividad en esta afirmación, porque la unidad es la clave del mundo en que así entramos, nuestro verdadero mundo, donde no pueden existir la arrogancia ni el engreimiento. El orgullo es una planta que sólo puede medrar en las caliginosas regiones de los mundos de materia; y todo lo siniestro deja de existir necesariamente desde el momento en que entramos en nuestra verdadera patria.
Únicamente liberando nuestra conciencia de la esclavitud de los cuerpos, reconociendo los poderes del ego y negándonos a embrollarnos de nuevo en la tela de la existencia material podremos librarnos de la acerba y agotadora lucha entre el Yo superior y el yo inferior; lucha que emponzoña la vida de tantos fervorosos aspirantes a la iniciación, al reintegro del yo inferior en el superior .