DIOSES EN EL DESTIERRO – J. J. VAN DER LEEUW – CAPÍTULO I – Parte 2

CAPÍTULO I – Parte 2

EL DESPERTAR. DEL ALMA

En tanto que el hombre, en su peregrinación por la materia, se identifica enteramente con sus cuerpos, cuyos dictados obedece cumplidamente, con olvido de su verdadera y divina naturaleza, no sufre pero se satisface a modo de los animales. El sufrimiento empieza cuando el alma en su terrena cárcel suspira por la divina Mansión de la cual vive expatriada, cuando el amor, la belleza y la verdad despiertan la conciencia de su verdadera naturaleza. Estamos como Prometeo encadenados a la roca de la materia, pero hasta que tenemos conciencia de lo que verdaderamente somos, no nos damos cuenta de que estamos prisioneros y expatriados. Así pudiera vivir quien desterrado de su patria en los días de la juventud, hubiese permanecido muchos años entre extranjeros, recordando amargamente, en medio de las miserias y privaciones de su destierro, que hubo un tiempo en que conoció distinto ambiente. Pero quizás algún día oye un canto que oyera en su juventud, y con súbita agonía recuerda lo que perdió, considerando penosamente que es un desterrado, lejos de todo cuanto le fue querido. Estas memorias resucitan el anhelo de la nativa patria, y este anhelo cobra mayor intensidad que nunca. Entonces comienzan el sufrimiento y la lucha. El sufrimiento a causa de conocer lo que perdió; y la lucha en el intento siempre más o menos penoso de recobrar lo un tiempo poseído. De análoga suerte, cuando en el transcurso de la humana evolución despierta el alma, no sólo allega gozo este despertar sino también sufrimiento. Mientras el hombre vivió la vida animal de sus cuerpos, estuvo en cierto modo contento; pero con el recuerdo de su verdadera naturaleza, con la visión del mundo a que pertenece, nació la secular lucha en los mundos de materia, que él mismo ocasionó al identificarse con sus cuerpos, Mientras que hasta el momento de la iniciación no consideraba sus cuerpos como una traba, llegan ahora a ser para él como la abrasadora túnica de Nesos, que tanto más se adhería a la epidermis de Hércules cuanto más el héroe se esforzaba en desprenderse de su contacto. Desde ahora en adelante, se reconoce el hombre como dos entidades en una. Es consciente de un Yo interno, superior y divino, que le incita a volver a su divina Patria, y de una inferior naturaleza animal que es su conciencia atada a los cuerpos y por ellos dominada. 

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