DIOSES EN EL DESTIERRO – J.J. VAN DER LEE – Parte 14

PELIGROS DE LA IMAGINACIÓN INDISCIPLINADA

Capítulo 2

Consideremos el caso de un habitual beodo ansioso de bebida. Conoce el sufrimiento que su flaqueza le ocasiona. Conoce cómo malgasta su salario y mata de hambre a su familia, y en sus lúcidos momentos, resuelve desechar aquel vicio. Pero pasa por delante de una taberna, ve salir y entrar gente, y acaso le llega al olfato el olorcillo de la bebida. Hasta aquel momento ha estado libre de la tentación y de la consiguiente lucha. Pero, ¿qué sucede ahora? En aquella fracción de segundo se imagina bebiendo; forja una imagen mental y durante un instante vive y actúa en aquella forma mental, como si en efecto gozara bebiendo. Experimenta la posible satisfacción de sus ansias; pero en realidad no hace más que intensificarlas de suerte que sin remedio ha de seguir la acción. Una vez forjada la imagen, evoca tardíamente su voluntad diciendo: "No quiero beber." Pero ya es demasiado tarde y de nada le vale luchar, porque una vez creada la imagen mental casi siempre subsigue la acción. Por supuesto que a veces la imagen no es bastante vigorosa y es posible rechazarla, aunque a costa de la lucha, el sufrimiento y desgaste que de rechazarla resulta. El mejor medio es impedir que se forme la creadora imagen mental e intervenir cuando todavía sea eficaz la intervención.

La indisciplina imaginal ocasiona más graves sufrimientos de los que cabe suponer. Las innumerables ocasiones en que tantos no pudieron dominar sus bajas pasiones, y especialmente la lujuria, fueron resultado de una indisciplinada imaginación y no de una flaca voluntad. Se puede sentir un vivísimo deseo, pero el creador pensamiento lo plasmará en acción.

La mayoría de las gentes no dan importancia a sus imágenes, representaciones mentales,
ensueños y pensamientos porque no son tangibles ni visibles a simple vista. Sin embargo, son el solo y único peligro. Porque a quien experimente un intenso deseo sexual, no le será peligroso ver o pensar en el objeto de su deseo a menos que al pensamiento acompañe la imagen mental de imaginarse satisfaciendo su apetito. El peligro empieza cuando se imagina a sí mismo en acto de satisfacción del deseo y consiente que el deseo vigorice la forjada imagen.

Puede un hombre estar rodeado de objetos de deseo y sin embargo no experimentar turbación ni dificultad alguna, con tal de no permitir que su creadora energía mental reaccione en dichos objetos. Nunca nos daremos cuenta bastante de que los objetos concupiscentes no tienen de por sí poder alguno, a menos que le permitamos a la mente influir en ellos y forjemos imágenes creadoras de la acción. Pero una vez forjada la imagen sobreviene la lucha. Podemos entonces recurrir a la que nos figuramos que es nuestra voluntad con intento de librarnos mediante una frenética resistencia de los resultados de nuestra imaginación. Pocos saben todavía que la anhelosa o frenética resistencia inspirada por el miedo es algo muy diferente de la voluntad.

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