Y deseo aquí dar mi testimonio de que el Maestro a quien he seguido en esta vida durante los últimos cuarenta y un años nunca ha sido para mí una “muleta” en la que pueda apoyarme en cualquiera de mis debilidades. Jamás me ha facilitado el camino, ni me ha ayudado a superar travesaños y obstáculos, jamás me ha impedido cometer errores por estupidez o egoísmo. Pero Él siempre ha sido para mí lo que un faro es para un barco en un mar tormentoso: un rayo cegador y resplandeciente que perfora la oscuridad de las nubes de tormenta para mostrar que el puerto no está muy lejos y que, por lo tanto, no hay que desesperarse sino tener valor. Si le ofrezco todo mi amor y servicio, es porque Él es el símbolo viviente de lo que espero llegar a ser algún día, si doblo la rodilla ante Él en agradecimiento y suma reverencia, es porque Él es para mí la gloriosa promesa de que Yo también algún día amaré a toda la humanidad con la maravillosa intensidad de amor con la que Él ama a todos los hombres hoy. Él es el Dios fuera conmoviendo al Dios dentro de mí para que tome conciencia de mi destino, que es el de esforzarme a través de los siglos para establecer un Reino de Alegría para todos los hombres.