CAPÍTULO I
Parte 3
LA LUCHA MORAL EN EL HOMBRE
No hay en la vida humana más arduo problema ni mayor dificultad que el reconocimiento de ser dos entidades en una. Así San Pablo gime en la lucha de la ley de sus miembros contra la ley del espíritu y angustioso exclama:
"Porque no hago el bien que quiero; mas el mal que no quiero, éste hago. Y si hago lo que no quiero, ya no lo obro yo, sino el pecado que mora en mí. Así que, queriendo yo hacer el bien, hallo esta ley: Que el mal está en mí. Porque según el hombre interior me deleito en la ley de Dios: mas veo otra ley en mis miembros que se rebela contra la ley de mi espíritu, y que me lleva cautivo a la ley del pecado que está en mis miembros. ¡Miserable hombre de mí! ¿Quién me librará del cuerpo de esta muerte?" (Rom. 7; 19- 24.)
Pero acaso en ninguna parte está descrita tan profundamente esta lucha como en las Confesiones de San Agustín, quien dice:
"Me arrebató a ti tu propia belleza, y me arrancó de ti mi propio peso, arrojándome gemebundo sobre estas bajas cosas; y el peso eran los hábitos de mi carne" (7,17).
Y en otro pasaje dice:
"Los goces de esta mi vida, de los cuales debo lamentarme, están en pugna con mis tristezas, en las cuales debiera regocijarme. No sé a qué lado se inclinará la victoria" (10, 28).
Es la perpetua experiencia del hombre en lucha, con tanto acierto expresada por Goethe al exclamar:
"¡Ay! que dos almas alientan en mi pecho. "
Es la experiencia de todo aspirante que se halla en el Sendero del Ocultismo, y aun de todo ser humano que trate de vivir noblemente, de acuerdo con los dictados de su Yo superior, y se ve retardado o impedido por los deseos de su yo inferior. Nadie está libre de esta lucha fundamental. En innumerables formas nos enfrenta esta Hydra de múltiples cabezas, y la vida de muchos aspirantes al ocultismo es una tragedia a causa de esta interna lucha, que no sólo ocasiona agudos sufrimientos y menosprecio propio, sino que agota los cuerpos y substrae vitalidad.
¿Hay en la vida humana más acerbo sufrimiento moral que contemplar la visión del espíritu y al instante negarla en la vida práctica? Entonces sentimos aquel menosprecio de nosotros mismos que según dice Hamlet es "más amarga bebida que la sangre"; sentimos la desesperación del repetido fracaso en el intento de vivir como deberíamos vivir.
Tan magna como es esta tragedia humana, lo más trágico de ella es su innecesidad como resultado de nuestra ignorancia respecto a la actuación de nuestra conciencia.